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Sudeste, en el bajo de San Isidro

Era una ocasión especial. Los niños se quedaban a dormir en casa de la tía, los cual nos dio total libertad para elegir el lugar adonde ir a cenar. Nada de peloteros, juegos para niños o menúes infantiles. Por fin, tendríamos al oportunidad de ir a cenar a un lugar íntimo, tranquilo, a la luz de las velas, y sin tener que comer las milanesas y papas fritas sobrantes de los platos de los chicos.

La opción elegida fue Sudeste, un pequeño restaurante que habíamos visto por la tele zonal hace tiempo, al que siempre quisimos ir pero hasta ahora nunca habíamos podido. Justamente en aquel programa de televisión vimos que el chef (un tal Constantino Astirakakis... ¿griego tal vez?) tenía preferencia por la cocina mediterránea, cosa que nos resultaba bastante atractiva.

El restaurante está emplazado en una típica casa ribereña de San Isidro; una casa rústica pero con un valor inmobiliario que debe haber subido varios órdenes de magnitud en los últimos años (como le ocurrió a toda la zona de la ribera de San Isidro). El espacio destinado al restaurante –la casa está repartida entre el comedor y la vivienda de los dueños, en la parte de atrás– es reducido; no hay muchas mesas, con lo cual no hay que ir sin reservación, salvo que sea miércoles por la noche. Un dato: abre sólo por las noches, de miércoles a sábado. Qué envidia... esta gente tiene un fin de semana que va de domingo a martes...

A pesar de que llegamos media hora tarde, no perdimos nuestra reserva. Cuando llegamos, Don Constantino nos condujo a nuestra coqueta mesa, con vela y todo, justo debajo de una foto artística del río (algo común en restaurantes y bares de la zona ribereña del Río de la Plata). Nuestro sueño de una cena tranquila se vio en parte destruido al escuchar las charlas de alto volumen de una mesa cercana en la que había como seis mujeres hablando de divorcios y otras yerbas... en fin, una circunstancia fortuita, no era culpa del restaurante. Pero no nos impidió disfrutar de nuestra cena íntima.

Lo que nos hubiera dado mayor libertad para disfrutar de la cena hubiera sido tener más dinero... los precios de los platos no son exhorbitantes, pero tampoco son precisamente baratos. Digamos que están bien, para ser cocina de autor. Por ejemplo, nos hubiera gustado pedir alguna entrada (había tapeo, milanesas de muzzarela, ensaladas exóticas), pero para no gastar de más nos limitamos sólo a los platos principales. Y para no quedarnos sin tomar vino, pedimos el más barato... un Newen Pinot Noir, a $ 40 la botella. Un detalle: sin ser experto en vinos, me di cuenta de que la temperatura del mismo era muy alta, aún para un vino tinto. El mozo no tuvo problema en traernos una frappera para enfriar la botella, sin horrorizarse por que quisiéramos enfriar un vino tinto.

Comentario con respecto al servicio: me gustan los lugares atendidos por mozos que no parecen mozos, es decir, que no tienen el clásico delantal blanco y que no actúan como el típico mozo de restaurante, sino más bien como alguien que te invita a su casa y te atiende con suma amabilidad. Bueno, leí por ahí que Sudeste está atendido por sus dueños, así que quizás los mozos eran hijos del chef...

Volviendo al tema de los platos: de acuerdo a nuestra política de no gastar demasiado, nos limitamos a platos por debajo de los $ 60. La carta era bastante variada aunque no muy extensa. Había un par de platos de pastas, otro par de pescados, otro par de carnes, y así. Con esa limitación de no más de $ 60 por plato, comimos un solomillo con chutney de nosequé y unos fetuchini negros con salsa de mar (básicamente, camarones y otras cosas marinas sobre una base cremosa). Muy buenos los dos. El chutney que acompañaba al solomillo estaba picantón y tenía un gusto exótico como a condimento de comida hindú. A los fetuchini les faltaba sal, pero la situación se solucionaba simplemente agregándole dicho mineral.

Decidimos que las limitaciones económicas no nos debían privar de unos buenos postres. Había varias opciones, entre ellas un marquisse de chocolate blanco y negro con crema de café. Y había un especial fuera de menú: cheese cake de maracuyá. Los dos estuvieron deliciosos.

Hubiera faltado un cafecito para terminar la cena, pero a eso también lo dejamos de lado para minizar la cuenta. Así y todo, la suma total fue de $ 211. No es muy alto para un buen restaurante en los tiempos que corren, pero claro, tampoco es para gastarlo en la cena de todos los días.
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