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Matryoshkaté, una casa de té en Paseo Mendoza, Maschwitz

Paseo Mendoza, Maschwitz
El Paseo Mendoza es un poco la competencia del Mercado de Maschwitz, situados a apenas dos cuadras uno de otro. Aunque hay claras diferencias entre ambos. En el Mercado de Maschwitz predomina el estilo vintage, con arquitectura y decoración que asemejan a los conventillos de San Telmo o La Boca, mientras que en el Paseo Mendoza impera la onda hippie (o debería decir hippie-chic, para usar un término más de moda): mucha mística, amor y paz, ecología, batik, etc.

Matryoshkaté.
En el Paseo Mendoza, en medio de su recorrido laberíntico, entre locales donde se enseñan danzas africanas y meditación, y bio-almacenes ecológicos que ofrecen productos orgánicos, surgió el pasado mes de julio (el día del amigo, según dice su página de Facebook) una pequeña casa de té con mucho para destacar.

Uno se siente un "tea-sommelier"...
Sus dueñas encontraron un diferenciador clave: blends exclusivos de té en hebras, llevados a la mesa con todo lo necesario para que no se pierda ni un ápice de sus complejos aromas: una gran tetera con su infusor, la cantidad exacta de hebras para el agua (en la temperatura justa) dentro de la tetera y –atención al detalle– un despertador que indica el momento exacto en el que el té está listo para su consumo. Vaya un humilde consejo nada más para las macanudas dueñas de Matryoshkaté: reemplazar los despertadores por esos cronómetros de cocina que suenan con una campanita, por que a muchos clientes el sonido del despertador nos recuerda el desagradable momento en que las obligaciones cotidianas nos arrancan de los brazos de Morfeo.

Los blends tienen nombres mayormente indios (de la India, se sobreentiende), de los cuales probamos el Kamasutra: té rojo (pu-erh) y negro con vainilla, canela, granos de pimienta roja, gengibre y probablemente algún ingrediente más que ahora no recuerdo.

Cheese-cake con frutos rojos.
Los exclusivos tés pueden (¿o habría que decir “deben”?) acompañarse con alguna de las opciones de repostería que ofrece el lugar. Muy pero muy recomendable es el cheese cake con frutos rojos. Y los precios son moderados; para hacer una comparación, la porción de cheese cake con frutos rojos en el local de Tentíssimo del Tortugas Open Mall cuesta, como mínimo, un 50 por ciento más. Y encima el de Tentíssimo es más artificial y menos artesanal (bah, mucho menos rico).

Otro detalle para destacar: las mesas tienen un moderno un aparatito con botones para pedir la cuenta o llamar a la moza. Perfecto para evitar esas incómodas situaciones en que hay que andar buscando la forma de captar la atención de los mozos. ¿Por qué no los usan en todos los restaurantes, digo yo?



Aclaración con respecto a las fotos: dado que olvidamos nuestra cámara, debimos tomar fotos de la página de Facebook de Matryoshkaté para ilustrar esta nota. ¡Mil disculpas!

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Feria de las Colectividades: saboreando el mundo

Salchichas alemanas en todo su esplendor.
Un único (y gran) error hubo en nuestra visita a la Feria de las Colectividades que se llevó a cabo en Puerto Madero el pasado fin de semana: dejarnos tentar por lo primero que vimos. Es un error en el que resulta fácil caer si uno va con hambre.

El consejo más acertado es recorrer todos los puestos, preguntando qué hay para comer en cada uno (no estaría mal anotar, armando una especie de menú ad-hoc), y recién después, con todo el panorama completo, decidir qué se comerá. Si no, puede pasar lo que nos ocurrió a nosotros: nos sacamos el hambre con la primera opción y después descubrimos que había muchas otras cosas que nos hubiera gustado comer.

El problema no era el dinero; de hecho, si uno fuera realmente insaciable podría probar absolutamente todo lo que se ofrece para comer en la Feria de las Colectividades sin gastar una fortuna, por que todos los precios son bajos.

Uno de los muchos puestos de shawarma.

En nuestro caso, arrancamos por uno de los puestos de Alemania, en donde se exhibían unas salchichas gigantes rodeadas por chucrut, una pata de cerdo horneada, unas bondiolas en salsa agridulce... y sí, es imposible pasar por alto esas opciones cuando uno está hambriento. Y allí nomás liquidamos la mayor parte de nuestras ganas de comer.

Después encontramos puestos de Croacia, de Grecia, de Nigeria, Senegal, India, Siria, Líbano, Colombia, Perú, Haití, Uruguay, España, Albania, Austria, Brasil... seguramente me olvido de algunos, pero voy recordando las cosas que fuimos degustando mientras los recorríamos y me dan ganas de volver con la decisión de no cometer el mismo error y probar más variedad de comidas. Los chivitos uruguayos, los patacones de Colombia (plátano frit
o, según entendí), los shish khebab y otras cosas de India y de otros países del lejano Oriente, las comidas africanas, con nombres extraños pero aromas increíbles... en fin, demasiado para comer para quienes contamos con un único estómago.

Los griegos y sus columnas jónicas (¿o serían dóricas?)
También había postres variados (el suspiro limeño de Perú, por ejemplo, o las masas con almendras, miel y otras frutas secas de las regiones orientales del mundo) y, no menos importante, los tragos: dada mi eterna condición de conductor designado, tuve que dejar pasar la caipirinha del puesto de Brasil, las muchas opciones de cerveza de Alemania y Austria, y una lista de tragos frutales/etílicos muy interesantes de Haití. Lo que sí pudimos disfrutar fue una batida de mango y maracuyá (sin alcohol) de Brasil.

Las últimas monedas de los $ 200 que gastamos en total fueron destinadas a unos buñuelos dulces senegaleces, que más que nada los compramos para ver si tenían alguna semejanza con las bagnettes que teóricamente son francesas pero pueden degustarse en el Café du Monde de New Orléans (EE.UU.); al menos yo las conocí allí. Son parecidas, además tienen un nombre que suena parecido a "bañet" con lo cual supusimos que la semejanza no era casual, y probablemente se debiera a una influencia cultural francesa en Senegal (la geografía no es nuestra especialidad).

Música escocesa para amenizar la tarde.
Un aspecto que me llamó la atención fue la falta de representación de los países asiáticos. Había un puesto de China y otro de Japón, y ninguno de los dos se destacaba por su variedad de opciones. Imagino que se debe a que las colectividades de ambos países están bien representadas por comercios distribuidos por toda la ciudad el Gran Buenos Aires, por lo que realmente no necesitan de una feria para darse a conocer. Sin embargo, hubiera sido interesante contar con un puesto de Vietnam, por ejemplo, para degustar las especialidades de ese país.



Dejando la gastronomía de lado, cabe destacar que la Feria de las Colectividades es una buena oportunidad para conocer algo de las culturas de países que difícilmente visitaremos en nuestras vidas. Constantemente hay números musicales y danzas típicas de cada país. En muchos de los puestos se venden también artesanías o artículos típicos. Por otra parte, la feria estuvo emplazada en el predio contiguo al que alguna vez fue el Hotel de Inmigrantes, cosa que invita a visitar el Museo de la Inmigración para conocer un poco más sobre los extranjeros que eligieron a la Argentina como lugar para vivir.






De fondo, el antiguo Hotel de Inmigrantes.

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