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El Sabio de Castilla, en Del Viso

Después del fiasco de El Casal de Catalunya quedamos profundamente sensibilizados con los supuestos “bares de tapas”. Es por eso que fuimos a El Sabio de Castilla con mucho resquemor, decididos a levantarnos e irnos al primer síntoma de una posible decepción.

Pero no hubo tal decepción. Por el contrario, nos quedamos muy satisfechos de que ¡por fin! pudimos disfrutar de un buen tapeo.

Empecemos por describir la ubicación de este restaurante. Está en un lugar llamado Complejo La Aldea, situado a metros de la Panamericana ramal Pilar (en la localidad de Del Viso, para más exactitud). Este complejo nos hizo acordar a otro parecido llamado La Plantación, también en la Panamericana ramal Pilar. Para arriesgar una definición, podríamos decir que estos complejos son como pequeños “malls” de campo, por que en un ambiente más bien rústico reúnen a varios comercios que incluyen un par de restaurantes, un local de antigüedades, muebles, decoración, ropa quizás, etc. Y estos comercios no están pegados unos a otros, sino que están dispuestos en edificios separados y con aires de campo; es decir, construcciones antiguas y rústicas a drede. Muy lindo, vale la pena visitarlo.

Pero volvamos al tema del restaurante. Está contenido en una de las construcciones antiguas del complejo La Aldea. A pesar de la rusticidad del edificio, se encuentra prolijamente decorado y cuenta con amplios ventanales que le dan una agradable iluminación natural. No es muy grande, tiene más bien pocas mesas, por lo que no conviene ir sin una reserva previa. La puerta está siempre abierta de par en par –ya que no da a la calle sino al campito del complejo–, con lo cual los niños pueden entrar y salir libremente y sin ningún riesgo para utilizar los juegos que están afuera.

Con respecto al tapeo... estuvo bien surtido, bien servido y muy rico. Para dos personas estaba más que bien, con la abundancia suficiente como para no quedarse con hambre y tampoco quedar repleto. Incluía diversos mariscos (me acuerdo de los mejillones especialmente), tortillas españolas, ravioles fritos, champiñones a la provenzal, pan de pizza con aceitunas, berenjenas, y muchas cosas más que no me acuerdo.
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Dragón porteño, en el barrio chino de Belgrano

Podría decirse que todos los restaurantes chinos son iguales, principalmente por que el menú es muy parecido en todos ellos, pero después de haber comido mucha comida china pueden encontrarse sutiles diferencias entre un restaurante y otro. El pollo con almendras -uno de mis platos chinos favoritos-, por ejemplo, no es igual en todos los restaurantes.

En el barrio chino de Belgrano hay muchos restaurantes de comida oriental, y haría falta mucho tiempo y gastar bastante dinero para conocerlos todos. Hasta ahora hemos ido a tres: BuddhaBA, Dragón Porteño y otro más cuyo nombre no recuerdo. BuddaBA es un lugar muy "fashion", algo más caro del promedio, y no hace precisamente comida china sino asiática. En cambio, Dragón Porteño está más dentro del promedio de restaurantes de comida china típica que pueden encontrarse en Buenos Aires y alrededores.

Lo que distingue a Dragón Porteño de otros restaurantes chinos es que es muy pulcro, el lugar es agradable, la comida es preparada con dedicación y sin embargo no es más caro que el promedio de restaurantes chinos. No es tenedor libre, es con menú a la carta, y tienen algunos platos exclusivos, de los cuales probamos un pollo con salsa de limón que estaba muy rico.

Las camareras que atienden el salón no son orientales, lo cual facilita la comunicación. Sin embargo, la que nos tocó a nosotros probablemente era principiante, por que olvidó traernos uno de los platos que habíamos pedido (si mal no recuerdo, se trataba precisamente de mi favorito, el pollo con almendras). No hubiera habido problema, ya que aún sin contar con ese plato nuestras panzas se llenaron lo suficiente, pero cuando pedimos la cuenta, el plato omitido aparecía sumando en el total.

La camarera reconoció su error y nos dijo que nos preparaba el plato para llevar. Hubo una pequeña y cortés discusión, por que nosotros preferíamos que nos lo descuente del total a pagar, pero ella nos explicaba que, como el plato formaba parte de un menú ejecutivo, si nos restaba dicho menú y nos sumaba los otros componentes del mismo (gaseosa y arrolladitos primavera), el total a pagar sería prácticamente lo mismo, con lo cual económicamente nos iba a ser más conveniente llevarnos la comida a casa. Y así fue, la llevamos en un paquetito y esa noche la comimos recalentada, que no estaba tan mal.
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Calixta, café y restó en San Isidro

En una auténtica casa colonial (con patio central y todo), frente a la plaza de la catedral de San Isidro (Ituzaingo 632), este café/restó propone pasar un rato agradable y súper-tranquilo, en un ambiente que nos conecta con nuestro lado místico.
A riesgo de aburrir al lector, me tomaré la libertad de hacer una retrospectiva para remontarme al 7 de abril de 1995, día de nuestro casamiento. Esa noche fuimos a cenar (Gra y yo solos) a un restaurante llamado La Cancela, situado en el fondo de la galería homónima que se encuentra en la misma cuadra de Calixta, a unos 20 metros de ésta. La Cancela era un lugar hermoso, con comida excelente, mozos/as muy amables (una de las cuales cantaba muy bien mientras otra tocaba el piano)... en fin, era un lugar mágico, pero con el tiempo fue cambiando de dueños y perdió la magia, hasta que al fin cerró y el lugar se transformó en el museo del rugby... una verdadera lástima.
Pero el otro día que fuimos a Calixta (casualmente tuvimos la oportunidad de ir sin los chicos), vimos que un poco de aquél espíritu y aquél ambiente de La Cancela renació en este lugar, en donde se puede cenar tranquilamente en una planta alta privilegiada, con vista a la plaza y a la catedral. No hay mozas que canten ni toquen el piano, pero el ambiente es igualmente muy ameno.
El menú no es extenso ni pretensioso, aunque tiene algunos toques exóticos, como una interesante variedad de woks muy buenos. Y me fascinó el "dip" que nos sirvieron para comer con pancito mientras esperábamos la comida... era un queso blanco salpicado con semillas de sésamo tostadas y salsa de soja... una pavada, pero riquísimo. Yo intenté reproducirlo en casa, pero por alguna razón no me quedó igual.
Dejando un poco de lado la comida, Calixta tiene un valor agregado único, que es su cuota de misticismo. Resulta que en esa casa colonial, el restaurante convive con un "multiespacio" cultural llamado La Nave Kadmon. En dicho espacio pueden verse obras de arte que evocan encuentros con seres de luz, seres de otros mundos o vaya uno a saber qué. Además, allí suelen darse talleres, cursos y conferencias sobre temas de la nueva era, y también hay shows musicales muy variados, pero siempre tranquis y alternativos. Es algo fuera de lo común, para que ir a cenar a un restaurante no sea simplemente sentarse en una mesa y comer.
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Casal de Catalunya (San Telmo): varias grandes decepciones


Primera gran decepción: no es un bar de tapas, como se anuncia por todas partes (incluso en un cartel bien visible dentro del lugar, como puede apreciarse en la foto de la derecha). Al preguntarle a la moza si había opción de tapeo, nos dijo que pidiéramos cualquiera de las entradas que figuran en el menú. Sorry, pero eso no son tapas. Las entradas costaban como mínimo $50 cada una, y aparte cada una era un plato importante, no una cazuelita como corresponde a un tapeo.

Tras esa primera decepción, lo correcto hubiera sido levantarnos e ir a otro lado. Sin embargo, decidimos darle una segunda oportunidad. Tal vez no hubiera tapas, pero había platos típicos catalanes que se veían interesantes. Y carísimos. Pero habíamos ido a festejar el día de la madre, así que se justificaba gastar un poco más de lo normal. Además, nos recibieron con una copa (gratis) de champagne, y con ese gesto es como que nos ganaron un voto de confianza.

Comenzamos por unas rabas. No estaban mal. Digamos que estaban ricas. Después, pedimos una paella de fideos finos, llamada "fideua". Sonaba interesante... la verdad es que no conocíamos esta variante de paella, pero decidimos (o mejor dicho, decidí) arriesgarnos. Y el resultado no fue bueno. Para empezar, el precio de esta fideua era muy alto ($150), si bien era recomendada para 2 ó 3 personas. Después, cuando la empezamos a comer, vino la gran-gran decepción: notamos que los mariscos tenían arena, y algunos (principalmente los langostinos) no estaban bien cocidos. Muy mal.

Quizás si hubiésemos comido cochinillo, que es (según ellos mismo los anuncian) el mejor de Buenos Aires, no nos hubiéramos decepcionado tanto. Pero eso de que traigan al pobre chanchito con cabeza y todo a la mesa... qué se yo, no es muy de mi agrado.

Un aspecto positivo para destacar es que el lugar tiene una arquitectura muy interesante, y vale la pena recorrer sus salones para observar el esmero con que ha sido decorado y es mantenido.

La última gran decepción es que no tiene estacionamiento propio ni tiene acuerdos con ningún estacionamiento de la zona. De haberlo sabido antes no hubiera sido tan grande la decepción, pero lo cierto es que, cuando llamé para reservar la mesa, me dijeron que podía estacionar gratis en un estacionamiento particular de la zona. Así que dejé el auto ahí, para descubrir que el número al que llamé para reservar correspondía a otro restaurante, y el estacionamiento gratis correspondía a ese otro restaurante. Así fue que, además de pagar el alto costo de ese almuerzo no muy agradable, tuve que pagar tres horas de estacionamiento. En fin, cosas que pasan.

La conclusión general es que el Casal de Catalunya no es un lugar al que piense volver en esta vida.
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Pizzería Niko, en Escobar

Un verdadero clásico en Escobar. Y no lo digo por decir. La última vez que había ido a comer a esta pizzería fue cuando Gra y yo todavía estábamos de novios; o sea, hace más de 16 años. El lugar nada ha cambiado desde aquél entonces. Siguen sirviendo su pizza por metro que los ha hecho famosos, y los fines de semana su capacidad se sigue colmando como siempre. Además, su ubicación de privilegio frente a la plaza de Escobar convierte a Niko en un lugar de paso obligado en cualquier paseo de fin de semana por la zona.

Y lo mejor: sigue siendo una opción económica para ir a comer buena pizza. Con los muchos años que esta pizzería lleva en funcionamiento, cualquier otro se hubiera mudado a un local más grande y más “fashion”, aumentando sus precios y su status, pero sin que ello mejore la calidad de la pizza. Por suerte, sigue conservando el espíritu de una pizzería de barrio, accesible para todo el mundo. Y otro detalle: no ha caído en el facilismo de la pizza libre, que sirve para cuando se quiere ir a comer en abundancia, pero afectando negativamente la calidad.

Como para dar una idea, un metro de pizza de Niko alcanza bien para cuatro comensales de buen diente, y pueden pedirse varios gustos (por ejemplo, 1/4 metro de cada gusto). Y el que se quede con hambre, bien puede saciarse con un par de porciones de fainá, que es tan recomendable como la pizza.
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Pago de la Costa, en San Isidro

-- Actualización al 15/02/2018: CERRADO --

La noche había arrancado mal, por que nuestra idea para esa ocasión era ir a comer comida hindú. Para ello fuimos al bajo de San Isidro, donde el año pasado habíamos tenido la oportunidad de conocer un restaurante hindú muy bueno (cuyo nombre ahora no recuerdo). Pero, como suele ocurrirnos más a menudo de lo que quisiéramos, lo encontramos cerrado.
Como no quisimos resignarnos a volver a casa con las panzas vacías, comenzamos a buscar otro restaurante por la zona. En el bajo de San Isidro, particularmente sobre las calles que van desde el Tren de la Costa hasta el puerto, hay numerosas opciones, si bien no son muy variadas gastronómicamente hablando; básicamente, parrilla y pastas, y creo que algún sushi.
Después de dar algunas vueltas manzanas recalamos en Pago de la Costa, restaurante que, además de parrilla y pastas, ofrecía mariscos como opción. No es algo tan exótico como la comida hindú, pero a falta de una mejor opción, vino bien para salvar la noche.
El menú nos sorprendió gratamente, ya que, además de pescados y mariscos, había platos fuera de lo común, como goulasch o raviolones de centolla con salsa rosa. El goulasch no estaba a la altura del que se podría encontrar en un restaurante húngaro o suizo; de hecho, en vez de spatzle venía acompañado por ñoquis comunes y corrientes. No niego que estaba rico y abundante, pero distaba un poco de ser un auténtico goulasch. Los raviolones de centolla no estaban mal, si bien la presentación no le hacía honor al plato: fueron servidos en una cazuelita que, si bien fue útil para mantener la temperatura, no ayudó al atractivo visual del plato.
El resto del los platos servidos (destinados a los chicos) cumplieron con creces las expectativas: rabas, milanesa de pollo y chorizo.
En cuanto a las bebidas, hubo un par de opciones en el menú que llamaron mi atención: sangría y clericó. Acompañar la comida con sangría, en lugar de un tradicional vino, fue una variante original que nos dejó un grato recuerdo de aquella cena.
Más allá de la parte gastronómica, el lugar tiene varios aspectos a su favor: una gran capacidad, distintos ambientes para distintos gustos (mesas interiores y exteriores, algunas de estas últimas al aire libre, otras bajo una galería, y otras bajo una parra), estacionamiento propio, juegos para niños y un estanque con patos sobrealimentados con los pedacitos de pan que les arrojan los pequeñuelos. Afortunadamente, en el menú no había platos con pato...
Un detalle muy favorable (que probablemente sea mérito de la moza que nos atendió) fue el hecho de que los platos de los niños salieron enseguida, cosa de que pudieran comer sin esperas e irse a los juegos o a ver a los patos, dejándonos a los adultos disfrutar tranquilamente de la cena.
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La Tortuga de Pacheco

Restaurante Parador

Hay restaurantes que se caracterizan por la delicadeza de sus comidas; por el logro de un balance armonioso entre atractivo visual y de sabores; por que sus platos sean verdaderas obras de arte. No es el caso de La Tortuga de Pacheco.

No quiero decir con esto que sus comidas no sean de buena calidad. Al contrario, sus comidas son muy buenas, pero si hay algo que no son, es delicadas.

Para resumirlo: La Tortuga de Pacheco es un lugar para ir a comer bien, abundante y frito. Debo decir que es uno de los pocos lugares en donde me atrevo a comer milanesas, rabas, papas fritas, cornalitos y otras frituras sin miedo a que me destruyan el hígado o a requerir una dosis triple de Mylanta o Rennie.

Claro, la comida no es apta para personas que deban cuidar su colesterol o su peso. Pero es rica. Y es difícil dejar los platos vacíos, ya que la abundancia de los mismos hace que siempre quede, como mínimo, una docena de papas fritas sin comer.

Para los que disfrutan probando un poco de todo, son recomendables las picadas y las fritadas, pero téngase en cuenta que son para compartir. Para valientes: bondiola “La Tortuga”; es un sandwich de bondiola con más ingredientes de los que uno se atrevería a poner entre dos panes.

Más allá de la comida, el lugar invita a ir en grupos numerosos, con la misma idea de quien va a un parador en la playa. Hasta tiene una barra de tragos. Sólo le falta la arena y el mar.

Tiene un salón de gran capacidad, con una pantalla gigante y un par de TVs en donde siempre se puede ver algún partido de fútbol. La acústica del salón no es buena, por lo que es preferible ocupar las mesas exteriores si lo que se desea es acompañar la comida con una amena charla. Estas mesas exteriores están dispuestas en un amplio parque con vista a la plaza de Pacheco y a la heladería Kalhúa (dicho sea de paso, los postres no son el fuerte de La Tortuga, razón por la que muchos optan por obviarlos y cruzarse hasta la heladería después de pagar la cuenta).
Recomendación: ir a cenar una noche de semana durante el verano, ocupando una de las mesas del parque. Es una experiencia relajante, que permite imaginar que uno se encuentra en un lugar vacacional.



Un punto importante: el lugar cuenta con un amplio espacio de juegos para chicos, con maquinitas y un gran barco pirata, capaz de mantener a los chiquilines entretenidos por un largo rato. Este espacio es vidriado y visible desde muchos ángulos, de forma tal que los padres puedan vigilar a sus críos desde una distancia prudencial, mientras disfrutan de una cena tranquila. El único inconveniente es que algunos de los juegos funcionan con fichas que se compran en la caja del restaurante, cosa que genera un constante ir y venir de niños que exigen a sus padres dinero para comprar más y más fichas.
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