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Casal de Catalunya (San Telmo): varias grandes decepciones


Primera gran decepción: no es un bar de tapas, como se anuncia por todas partes (incluso en un cartel bien visible dentro del lugar, como puede apreciarse en la foto de la derecha). Al preguntarle a la moza si había opción de tapeo, nos dijo que pidiéramos cualquiera de las entradas que figuran en el menú. Sorry, pero eso no son tapas. Las entradas costaban como mínimo $50 cada una, y aparte cada una era un plato importante, no una cazuelita como corresponde a un tapeo.

Tras esa primera decepción, lo correcto hubiera sido levantarnos e ir a otro lado. Sin embargo, decidimos darle una segunda oportunidad. Tal vez no hubiera tapas, pero había platos típicos catalanes que se veían interesantes. Y carísimos. Pero habíamos ido a festejar el día de la madre, así que se justificaba gastar un poco más de lo normal. Además, nos recibieron con una copa (gratis) de champagne, y con ese gesto es como que nos ganaron un voto de confianza.

Comenzamos por unas rabas. No estaban mal. Digamos que estaban ricas. Después, pedimos una paella de fideos finos, llamada "fideua". Sonaba interesante... la verdad es que no conocíamos esta variante de paella, pero decidimos (o mejor dicho, decidí) arriesgarnos. Y el resultado no fue bueno. Para empezar, el precio de esta fideua era muy alto ($150), si bien era recomendada para 2 ó 3 personas. Después, cuando la empezamos a comer, vino la gran-gran decepción: notamos que los mariscos tenían arena, y algunos (principalmente los langostinos) no estaban bien cocidos. Muy mal.

Quizás si hubiésemos comido cochinillo, que es (según ellos mismo los anuncian) el mejor de Buenos Aires, no nos hubiéramos decepcionado tanto. Pero eso de que traigan al pobre chanchito con cabeza y todo a la mesa... qué se yo, no es muy de mi agrado.

Un aspecto positivo para destacar es que el lugar tiene una arquitectura muy interesante, y vale la pena recorrer sus salones para observar el esmero con que ha sido decorado y es mantenido.

La última gran decepción es que no tiene estacionamiento propio ni tiene acuerdos con ningún estacionamiento de la zona. De haberlo sabido antes no hubiera sido tan grande la decepción, pero lo cierto es que, cuando llamé para reservar la mesa, me dijeron que podía estacionar gratis en un estacionamiento particular de la zona. Así que dejé el auto ahí, para descubrir que el número al que llamé para reservar correspondía a otro restaurante, y el estacionamiento gratis correspondía a ese otro restaurante. Así fue que, además de pagar el alto costo de ese almuerzo no muy agradable, tuve que pagar tres horas de estacionamiento. En fin, cosas que pasan.

La conclusión general es que el Casal de Catalunya no es un lugar al que piense volver en esta vida.
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