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Se renueva el Palacio de la Papa Frita

Un pedazo de la historia de Buenos Aires inicia una nueva etapa: el empresario gastronómico argentino Ricardo Maidana, desafiando pronósticos y variables económicas adversas, adquirió este año una de las cadenas de restaurantes más importantes y emblemáticas de la ciudad, El Palacio de la Papa Frita. De esta manera se mantuvieron sus casi 200 puestos de trabajo y se pone en marcha el objetivo de resguardar la vigencia de una gran marca, que es parte de la vida y de la historia gastronómica porteña.

Papas Souffle Palacio de la Papa Frita
Papas Soufflé.
El Palacio de la Papa Frita, restaurante pionero de Buenos Aires, nació hace 60 años para imponer a sus papas soufflé y a su bife de chorizo con huevos como dignos representantes del auténtico sabor argentino. Ahora, el empresario Ricardo Maidana está planeando que El Palacio de la Papa Frita se lance como marca de franquicias, para atender pedidos de aperturas en el interior del país y en el extranjero. Por otra parte se planea la próxima apertura del Palacio 2015 en el centro porteño: un nuevo modelo del restaurante, con espacios y diseños innovadores, que mantendrán su esencia, pero sumarán las tendencias de la gastronomía moderna.

“El Palacio de la Papa Frita, debe seguir siendo el ícono que fue durante los últimos 60 años, por eso no podía desaparecer, alguien tenía que defender esta marca que hizo historia en las calles Corrientes y Lavalle, para sostener aquellos sabores del auténtico restaurante argentino, ligados a la cocina de los abuelos, la infancia y al mejor estilo casero”, explica Maidana. Y agrega: “Hacerme cargo de esta cadena fue uno de los desafíos más difíciles; por su magnitud, su estado y su complejidad. Mi objetivo primario ya fue cumplido, preservar la marca, rescatar su historia, sostener los puestos de trabajo, y seguir brindando la mejor gastronomía. Nuestra meta es clara: convertir al Palacio de la Papa Frita en una de las principales y más prestigiosas cadenas gastronómicas que reflejen el auténtico gusto porteño”, concluyó el empresario.

La cadena cuenta con un promedio superior a los 350.000 cubiertos anuales y prevé una facturación, para el primer ejercicio, superior a los 70 millones de pesos. Un futuro venturoso para el gran ícono de la mesa porteña familiar, que apunta a perdurar.

Ricardo Maidana
“El Palacio de la Papa Frita sigue siendo referencia de la gran familia argentina, y jamás perdió sus clásicos encantos, supo ser un lugar obligado para el turismo y junto al Tango, el Obelisco y el Luna Park, durante seis décadas se mantuvo como emblema de nuestro Buenos Aires”, resume Maidana.





Actualmente se puede encontrar al Palacio de la Papa Frita en estas direcciones:

Lavalle 735 (4393 5849)
Av. Rafael Obligado 6710 (4782 2221)
Av. Corrientes 1612 (4374 8063)
Laprida 1339 (4826 3151)

Web: www.elpalacio-papafrita.com.ar

El gasto promedio se calcula en $245 por persona, y se ofrece un menú ejecutivo de $140.

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Shukran, sabores árabes en Maschwitz

El Mercado de Maschwitz, ese lugar que combina gastronomía variada con antigüedades y con una arquitectura pintoresca que imita a los rincones de La Boca, incorporó hace poco una opción más a la hora de salir a comer: un pequeño restaurante de comida árabe. Se llama Shukran, vocablo que (según se explica en la carta) significa “gracias” en árabe.

La pizarra de Shukran.
La búsqueda de un lugar para ir a celebrar el día de la madre, más un atractivo 20% de descuento que ofrecía este establecimiento en su página de Facebook justo para ese día, nos convencieron para ir.

El lugar tiene como mucho unas 10 mesas, repartidas entre el salón y el patio exterior, en el que se mezclan sus dominios con los del local de antigüedades lindero.

No tuvimos problemas con la reserva, aun cuando se nos hizo tarde y llegamos bien pasadas las 14:30 (habíamos reservado para las 14); bastó con avisar que llegábamos un poco tarde para que con gran amabilidad nos dijeran: “no hay problema, los esperamos”.

La misma amabilidad encontramos luego en la atención de las mozas, que pacientemente nos explicaron la composición de los platos con nombres raros (aspecto fundamental de todo restaurante de comida exótica).

Fatay de buen tamaño.
Cuando vimos los precios en el menú nos asustamos un poco. Aclaremos, últimamente nos asustamos con los precios de casi cualquier restaurante, excepto de los muy baratos, grupo al que no pertenece Shukran. Pero como teníamos ese descuento del 20%, pudimos quedarnos y disfrutar de un buen almuerzo.

De todos modos debimos actuar con moderación para no irnos de presupuesto, para lo cual pedimos un menú degustación para 2 personas a pesar de que éramos 4; se sabe que los chicos comen poco, especialmente cuando se trata de comida exótica, por lo que supusimos que ese menú bastaría para los 4. Y supusimos bien.

kebbe, hojas de parra, kéfir y hummus.
En el menú degustación se podían elegir tres opciones frías y tres calientes de una lista de más o menos 12 preparaciones. Dejando de lado el kebbe frío por temor a la carne cruda, optamos por lo clásico: fatay, tabule, humus, hojas de parra rellenas, arroz a la persa con pollo y kebbe cocido. A esas elecciones se sumó un plus: un kéfir (yogur espeso, casi un queso crema) con panes árabes que nos fue servido sin necesidad de pedirlo. Los chicos atacaron los cuatro fatay y el kebbe (cuyo aspecto de brownie lo hacía tan agradable al paladar como a la vista), y con eso quedaron más que satisfechos. Mientras, los grandes nos concentramos en el tabule, el humus, el kéfir y el arroz a la persa.

Café a la turca.
Finalmente la degustación para 2 personas resultó tan sustanciosa que no nos quedó lugar para postre, pero sí para un café a la turca, el cual vino acompañado, a modo de yapa, con unas ricas masitas que oficiaron de postre. El café nos sorprendió gratamente con unas especias, que resultaron ser cardamomo y nuez moscada (recomendable combinación).

Gente fumando en narguile.
Una charla con el dueño nos reveló que Shukran es el emprendimiento de una familia descendiente de inmigrantes libaneses, quienes, dos generaciones atrás, trajeron a la argentina su cultura y sus exquisiteces. Los herederos mantienen fielmente esa tradición, reflejándola en sabores y aromas que trasladan al comensal a sitios distantes y exóticos.

Un detalle: vimos que unas personas, luego del almuerzo, fumaban con una de esas raras pipas árabes como las que usaban los Locos Adams; narguile, creo que se llama. No averiguamos por que no nos atrae la idea de ingerir humo en ninguna forma, pero para quien esté interesado en esos raros placeres, suponemos que Shukran también lo ofrece como valor agregado.

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Hostería Dei Bù e Bei: mi nuevo plan A en Carrasco

A veces las cosas no salen como las planeamos, sino que salen mejor. Mi experiencia saliendo a comer a la Hostería Dei Bù e Bei fue un ejemplo. A continuación, el relato.

Vengo a Carrasco con cierta asiduidad por cuestiones de trabajo, y a la hora de cenar, voy agotando las opciones cercanas al hotel donde me hospedo: La Pasiva, Restaurante García, Don Peperone, y no mucho más. Al no contar con movilidad propia (ni ganas de gastar en taxis), debo conformarme con las opciones que están sobre Av. Arocena.

Hostería Dei Bú e Bei
Entrada de la Hostería
En esta visita se me amplió un poco el panorama, ya que debí hospedarme en un hotel un poco más lejano para el lado del centro. Aprovechando este cambio de geografía quise visitar un parador que hay sobre la playa y se especializa en pescados y mariscos. Ese era mi plan A. Pero con tristeza descubrí que cerraba muy temprano, y a las 9 de la noche ya sus dueños habían cerrado el ingreso. Entonces tuve que recurrir al plan B: un lugar que me había llamado la atención por su aspecto acogedor cuando pasé por la tarde en una recorrida ciclística: la Hostería Dei Bù e Bei.

Decoración con predominio amarillo
Ya al entrar, el ambiente me recibió con los brazos abiertos: me encontré con un sitio pequeño (10 mesas, de las cuales sólo 2 estaban ocupadas), con decoración sobria (es todo muy amarillo, me pregunto por qué), una música suave, y una moza joven con una sonrisa amable que me ubicó en una cómoda mesa para uno.

Temía ver la carta y encontrarme con precios exorbitantes, pero me sorprendió lo moderado de los mismos. En las opciones había muchas variedades de pizzas (el dueño es italiano, si bien yo no calificaría a este restaurante como de cocina italiana), algunas pastas, pocas carnes y -lo que yo buscaba- pesca del día. Supuse que "pesca del día" significaba comer lo que había pescado el chef durante el día, pero no fue así. La pesca del día era una merluza azul (?) traída de Nueva Zelanda. En su impecable desempeño, la moza me explicó las opciones de salsas que podían acompañar al pescado (es que en la carta estaban en italiano, y requerían traducción). Había dos salsas con crema, que yo prefería evitar, y una cuyo nombre no recuerdo, pero que era a base de alcaparras, aceitunas y hongos. Obviamente esa última fue mi elección; una elección por demás acertada, creo.

Enorme filet de merluza azul
La merluza, tal como la misma moza la describió, parecía más bien un tiburón por su tamaño. Nunca comí un filet de merluza tan grande. Y mal que le pese a mi madre, cuyos filetes de merluza están entre los agradables recuerdos gustativos de mi niñez, creo que nunca comí uno tan rico. El acompañamiento eran unos suaves papines rústicos con apenas una rociada de aceite de oliva y ciboulette. Un plato simple, abundante y muy rico. Para acompañarlo pedí una copa de vino blanco, que por ser sólo una copa, había que conformarse con el que estuviera abierto (la moza me dijo que era un Sauvignon Blanc Salentein, o algo así) y resultó perfecto para acompañar al pescado.

No hubo espacio para postre, ya que ese gigante filet agotó mi capacidad; sólo pude sumar un pocillo de café Lavazza.

En futuras visitas a Carrasco, ya sé cuál será mi opción de preferencia para ir a cenar; aún cuando deba tomar un taxi para llegar.

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