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The Embers, en Martínez: comida rápida y bien yanqui

Era el día del padre, así que a mí me tocaba elegir a dónde iríamos a comer, y no habría lugar a objeciones. Hacía mucho que quería ir a The Embers. La última vez que había ido a comer allí habré tenido no más de diez años (o sea, hace mucho). Tenía dos recuerdos muy claros de mi niñez relacionados con The Embers: unas sillones de mimbre que colgaban del techo y permitían balancearse mientras uno comía, y las papas rejilla. Así fue como, guiado por el deseo de revivir esos recuerdos, llevé a todos a The Embers.

Cuando llegamos, las dos mesas que contaban con sillones de mimbre colgantes estaban ocupadas, así que al principio enfilamos hacia una mesa común y corriente. Pero en el preciso momento en que estábamos dejando paraguas y abrigos (el día del padre fue lluvioso y frío) vimos que una de las mesas con sillones colgantes se liberaba, así que rápidamente juntamos los paraguas y abrigos y tomamos posesión de la mesa deseada.

Fue un instante emotivo el sentarme en ese sillón colgante y revivir aquél recuerdo tan lejano. El segundo recuerdo (el de las papas rejilla) no lo pude revivir, pero no era tan importante.

A los chicos les encantaron los sillones colgantes, aunque en el caso de Pablo el encanto se esfumó después de un rato, cuando le empezó a resultar incómodo mantener el sillón quieto para comer tranquilo. Es que, como sus pies no llegaban al suelo, la única forma en que podía mantener el sillón quieto era agarrándose de la mesa, con lo cual debía comer con una mano y aferrarse a la mesa con la otra.

Hay que destacar una cosa de este lugar: hace honor al paradigma de la comida rápida. Todos los platos llegaron a la mesa unos pocos minutos después de ordenados. Y los nachos con cheddar probablemente hayan tardado apenas unos segundos. Los platos eran abundantes y su estilo, bien norteamericano. Hot-dogs, bacon (tocino o panceta), banderitas en la comida… todo estaba allí, haciendo revivir recuerdos de mi infancia. La calidad de la comida no era nada especial; las salchichas eran grandes, las porciones abundantes, las hamburguesas bien hechas, pero no había sabores delicados ni preparaciones esmeradas. Sólo faltaron las papas rejilla, vaya uno a saber por qué.

En mi caso, el plato elegido –chile con carne– fue más mexicano que estadounidense, pero fue una buena elección. Es que, con buen tino, supe que en los otros platos sobraría bastante comida como para que pudiera probar un poco de cada uno. Ahora, con respecto al chile con carne, tenía más aspecto de feijoada que de otra cosa… pero como nunca antes había comido chile con carne, no tengo elementos para juzgar si fue auténtico o no. En cualquier caso, estaba rico.

Cuando llegó la cuenta me di un pequeño susto, por que generalmente la comida rápida se asocia con precios bajos, pero en este caso no fue así. OK, era el día del padre y no nos habíamos privado de nada (además de los muchos y grandes platos, pedimos abundantes postres y café), pero confieso que la idea de ir a The Embers estaba, en mi caso, asociada con la de ir a comer a un lugar poco pretencioso y, por ende, económico. De todos modos no fue para arrepentirse, ya que el precio estuvo acorde con lo mucho y bien que comimos.

Y como epílogo, un hecho curioso: en el camino de salida del restaurante nos topamos con la ambulancia de Ghostbusters (quizás era una réplica, pero en todo caso era una muy bien hecha).
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