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Shukran, sabores árabes en Maschwitz

El Mercado de Maschwitz, ese lugar que combina gastronomía variada con antigüedades y con una arquitectura pintoresca que imita a los rincones de La Boca, incorporó hace poco una opción más a la hora de salir a comer: un pequeño restaurante de comida árabe. Se llama Shukran, vocablo que (según se explica en la carta) significa “gracias” en árabe.

La pizarra de Shukran.
La búsqueda de un lugar para ir a celebrar el día de la madre, más un atractivo 20% de descuento que ofrecía este establecimiento en su página de Facebook justo para ese día, nos convencieron para ir.

El lugar tiene como mucho unas 10 mesas, repartidas entre el salón y el patio exterior, en el que se mezclan sus dominios con los del local de antigüedades lindero.

No tuvimos problemas con la reserva, aun cuando se nos hizo tarde y llegamos bien pasadas las 14:30 (habíamos reservado para las 14); bastó con avisar que llegábamos un poco tarde para que con gran amabilidad nos dijeran: “no hay problema, los esperamos”.

La misma amabilidad encontramos luego en la atención de las mozas, que pacientemente nos explicaron la composición de los platos con nombres raros (aspecto fundamental de todo restaurante de comida exótica).

Fatay de buen tamaño.
Cuando vimos los precios en el menú nos asustamos un poco. Aclaremos, últimamente nos asustamos con los precios de casi cualquier restaurante, excepto de los muy baratos, grupo al que no pertenece Shukran. Pero como teníamos ese descuento del 20%, pudimos quedarnos y disfrutar de un buen almuerzo.

De todos modos debimos actuar con moderación para no irnos de presupuesto, para lo cual pedimos un menú degustación para 2 personas a pesar de que éramos 4; se sabe que los chicos comen poco, especialmente cuando se trata de comida exótica, por lo que supusimos que ese menú bastaría para los 4. Y supusimos bien.

kebbe, hojas de parra, kéfir y hummus.
En el menú degustación se podían elegir tres opciones frías y tres calientes de una lista de más o menos 12 preparaciones. Dejando de lado el kebbe frío por temor a la carne cruda, optamos por lo clásico: fatay, tabule, humus, hojas de parra rellenas, arroz a la persa con pollo y kebbe cocido. A esas elecciones se sumó un plus: un kéfir (yogur espeso, casi un queso crema) con panes árabes que nos fue servido sin necesidad de pedirlo. Los chicos atacaron los cuatro fatay y el kebbe (cuyo aspecto de brownie lo hacía tan agradable al paladar como a la vista), y con eso quedaron más que satisfechos. Mientras, los grandes nos concentramos en el tabule, el humus, el kéfir y el arroz a la persa.

Café a la turca.
Finalmente la degustación para 2 personas resultó tan sustanciosa que no nos quedó lugar para postre, pero sí para un café a la turca, el cual vino acompañado, a modo de yapa, con unas ricas masitas que oficiaron de postre. El café nos sorprendió gratamente con unas especias, que resultaron ser cardamomo y nuez moscada (recomendable combinación).

Gente fumando en narguile.
Una charla con el dueño nos reveló que Shukran es el emprendimiento de una familia descendiente de inmigrantes libaneses, quienes, dos generaciones atrás, trajeron a la argentina su cultura y sus exquisiteces. Los herederos mantienen fielmente esa tradición, reflejándola en sabores y aromas que trasladan al comensal a sitios distantes y exóticos.

Un detalle: vimos que unas personas, luego del almuerzo, fumaban con una de esas raras pipas árabes como las que usaban los Locos Adams; narguile, creo que se llama. No averiguamos por que no nos atrae la idea de ingerir humo en ninguna forma, pero para quien esté interesado en esos raros placeres, suponemos que Shukran también lo ofrece como valor agregado.

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