Salón de El Tobogán. |
Últimamente estamos mirando mucho "Kitchen Nightmares" por la tele, por lo que cuando vamos a algún lugar a comer, sin darnos cuenta adoptamos una actitud semejante a la del chef Gordon Ramsay y comenzamos a criticar. La primera crítica para el Tobogán es que no existe una carta. El menú es recitado por la moza, por lo cual el comensal debe retener en la memoria las opciones y elegir mentalmente. No son tantas opciones, lo que facilita la tarea, pero lo más grave es que no se sabe cuánto cuesta cada plato. Una importante falla que se mejora con la simple decisión de imprimir varias copias de un menú en el que figuren los precios actualizados.
Los platos son simples. Es que se trata de un restaurante de barrio, y los habitués de estos lugares no buscan platos rebuscados, con ingredientes pretenciosos, sino más bien preparaciones cotidianas: pastas, bifes, milanesas, papas fritas, y algún que otro plato más con el que el cocinero intente expresar alguna inspiración repentina.
En el Tobogán son recomendables las pastas y los estofados; como suele ocurrir en los clásicos bodegones. Se trata de platos abundantes, bien preparados. Por suerte, todo lo que le falta a este restaurante en cuanto a ambientación lo tiene en la cocina. Ninguna queja en cuanto a la calidad de los platos. Sí, en cambio, en cuanto al tiempo que demoran, pero con un poco de paciencia eso se soluciona.
Barra y kiosco de El Tobogán. |
A la hora de los postres, lo único que quedaba era budín de pan (otro clásico de bodegón) y helados envasados. Optamos por el budín acompañado de dulce de leche, y fue un buen corolario para retirarnos con el hambre satisfecha y, por suerte, con los bolsillos no mucho más vacíos de lo que estaban al entrar.
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